La madre que
lo parió.
¿Cómo
se puede ser tan sucio?
Me dije a mí
mismo con los trapos en la mano.
y un dedo mojado en saliva
limpiando los
restos
de las
flores de colesterol
de las bombas
de tocino
y
su obesidad grasienta de un peso terrible.
Vaivén de
las bayetas.
Burbujas de
trementina
sobre las tablas del uno, del dos y del cuatro.
Abrazos a las probetas
y básculas empalmadas.
Que se rompan las que quieran.
Llevo
zapatos de goma
y los
cristales se terminan por secar.
He tenido
que empujar
cien mil
altavoces por el váter
para
desatascarlo.
Y sus
tuberías parecen serpientes que digieren elefantes.
Otra coreografía circular del papel higiénico.
Se me vuelve transparente
y todo huele a alfiler
y a azulejos
fregados.
Todo tiene
la capa transparente y fina,
la
exclusividad intocable y fría
y la densidad
bajísima del olor de cosas limpias.
Hincho el
pecho.
Se respira.
Por fin, joder. Se
respira.
No pase la llave al entrar.
Los lápices tienen hambre.
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